Un amigo, opina que es un vestigio heredado de nuestros ancestros.
Seguramente sea así, si tenemos en cuenta que el hombre prehistórico llega a su conocimiento de manera fortuita (a través de la lava de un volcán o de la llama provocada por un rayo) y que una vez hayado, el mantenimiento de esa llama viva supone auténticos quebraderos de cabeza, llegando a ser necesaria la creación de guardianes del fuego que se dedicaban exclusivamente a eso (las Vestales podían pagar incluso con su vida si se apagaba el Fuego Sagrado).
La versión poética, viene por supuesto del mito, cuando Prometeo, desoyendo la prohibición de Zeus (que priva a la raza humana del fuego para que tenga que comer la carne cruda), sube al Olimpo y roba un trozo de carbón ardiendo para donar el fuego a la humanidad (como había hecho previamente con otras artes útiles como la navegación, la arquitectura, las matemáticas, etc.) siendo castigado eternamente por ello.
Es lógico pensar por tanto, que después de miles de años de veneración, sigamos teniendo ese inocente entusiasmo (cuyo origen por cierto viene del griego y significa tener a un dios dentro) cuando nos sentamos alrededor de una chimenea o de una hoguera para leer, charlar o simplemente para escrutar cómo crepita esa llama que no debe cesar nunca.
No me faltes nunca, llama brillante,
Tan querida, imagen de la vida, íntima simpatía.
¿Qué, salvo mis esperanzas, se alza tan brillante?
¿Qué, salvo mi fortuna, se hundió tanto en la noche?
¿Por qué has sido desterrada de nuestro hogar y nuestra sala,
Tú, bienvenida y querida por todos?
¿Era tu existencia tan fantástica
Para la luz común de nuestra vida, que es tan torpe?
¿Conversaba misteriosamente tu brillante fulgor
Con nuestras almas afines? ¿Guardaba secretos terribles?
Estamos a salvo y somos fuertes, pues ahora nos sentamos
Junto a un hogar donde no revolotean oscuras sombras,
Donde nada nos alegra ni entristece, sino un fuego
Que calienta pies y manos. Y no aspira a más.
Junto a su montón macizo y útil
El presente se sienta y duerme,
Sin temor a los fantasmas que pueblan el pasado.
Con nosotros conversa el fuego junto a la luz desigual del
[viejo bosque.
Ellen Sturgis Hooper, "The Wood-Fire"