miércoles, 20 de junio de 2012

Edward Hopper



Parece que la exposición sobre el pintor americano que el museo Thyssen-Bornemisza acaba de inaugurar llega en el momento justo. Inmersos en la flagrante crisis del siglo XXI, nada mejor que una buena ración de Edward Hopper, que representó como nadie la Gran Depresión de principios del siglo veinte, para digerir con calma e inteligencia la vorágine de números, índices, noticias, subidas, bajadas y demás movimientos provocados por la situación económica actual.
Hopper, conocido como el pintor del silencio, parece captar como nadie la desgarradora sensación de impotencia que asola a una gran multitud de personas, al ser conscientes de que el futuro prometedor que se preveía se ha convertido en una realidad desoladora.
Habitaciones de hotel, oficinas, gasolineras,  cafeterías, vagones de tren e incluso teatros sirven al artista americano para reflejar la desgarradora soledad que se presenta a diario en nuestras vidas cotidianas.
Pero precisamente en esa cotidianidad en la que se alimenta Hopper es donde se refleja la esencia de su mirada. Una mirada que a veces parece fotográfica (aunque el siempre rechazó la comparación por transmitir realidades distintas de un mismo hecho) donde la comunicación parece suspendida, latente, dejando siempre un espacio para la incertidumbre que dota a la imagen de un hálito de misterio. 

Y en esa descarnada obsesión por robar al tiempo hechos banales es donde aparece la poesía. Poesía cargada de intención en la soledad de multitud de mujeres que leen un libro, se bañan con el aire de la mañana o con los primeros rayos de sol o simplemente miran o esperan a una nada inconcreta.

Con estos ingredientes, soledad, silencio, misterio, poesía, es difícil que el cine no haga su aparición, pues no hay nada más cinematográfico que una multitud de espejos reflejando la realidad cotidiana.